Dedicar tiempo a nuestros hijos es una condición necesaria, pero no suficiente para la educación, sencillamente porque muchas personas no educan, sino que crían.
La crianza
Se puede entender como el hecho de cubrir las necesidades alimenticias, de protección, de escolarización, proporcionar elementos materiales como ropa, calzado y juguetes y enseñar unos hábitos mínimos de higiene, descanso y relación con los demás.
La educación
Es otra cosa. En realidad es un tema complejo de definir y más aún de poner en práctica. Educación deriva del latín educatio, “acción de dirigir para desarrollar las facultades de un niño” y del indoeuropeo deuk, “conducir, llevar”. Una parte muy importante de la educación es la responsabilidad que como madres y padres tenemos de guiar a nuestros hijos. Pero, ¿hacia dónde debemos guiarlos?
Educar implica reducir la libertad inconsciente del niño para llevarle a una libertad consciente. Sin ponernos demasiado trascendentes, la educación del niño debería hacerle libre y capaz de relacionarse consigo mismo y con su entorno de manera consciente y sana. ¿Pueden los padres educar de esta manera? Lo cierto es que los padres crían y educan en función de su nivel de existencia y su grado de consciencia y quizás un poco más allá, pero de manera limitada a aquello que pueden contemplar en su horizonte de consciencia.
En estos grados de consciencia, la crianza es la prioridad porque así lo dictan los programas emocionales y mentales inconscientes de los padres y madres, no porque no quieran que sus hijos vayan más allá, sino porque el estrato evolutivo de la existencia de la persona llega hasta ahí y su horizonte de consciencia sólo un poco más lejos.
La Pirámide de Maslow
Para hablar de los niveles de consciencia se puede recurrir a la Pirámide de Maslow. En esta pirámide, se pueden observar cinco niveles de existencia.
Como se puede observar en cada escalón o nivel, la concepción de la existencia está marcada por las necesidades no cubiertas del individuo. En función de las necesidades garantizadas y aquellas a las que aún no se ha accedido, se desarrolla una concepción emocional y mental diferente de lo que es la vida. En los dos primeros escalones se puede situar la crianza, mientras que a partir del tercero se comienza con la educación. Obviamente estos estratos no son compartimentos estancos, pero sí se puede hablar de tendencias a la hora de transmitir a los hijos las escalas de valores que pueden llegar a convertirse en su libro de instrucciones consciente e inconsciente.
En base a esta información, se puede decir que ya no basta con alimentar, vestir, proteger y escolarizar. Los padres y madres que quieren educar tratan de realizar con sus hijos e hijas actividades que puedan resultar enriquecedoras para ellos: leer, ir al cine o al teatro, jugar, tener diferentes experiencias vitales, como viajar.
También tratan de transmitirles una manera de entender la vida, una escala de valores, unas comprensiones e ideas que, en su manera de verlo, les harán mejores personas y le permitirán una mejor interacción con la existencia. No solamente en una cuestión de dedicarles tiempo, sino que también es una cuestión de actitud y tampoco es una cuestión de cantidad de tiempo sino de calidad, porque a partir de un determinado momento, el cansancio físico, energético, emocional y mental también aparece en los padres y madres, mermando la calidad de la interacción.
Educar también implica respetar
Quienes piensan que los hijos e hijas han de obedecer sin cuestionar o callar ante las opiniones o deseos de los padres no solo no respetan sino que someten y en lo cotidiano, respetar implica contemplar y aceptar las ideas, los gustos y los intereses de los hijos, que no necesariamente han de coincidir con los de los padres.
En ocasiones los adultos proyectan sobre sus hijos sus propios gustos y piensan que si a ellos les gustaba en el pasado o les hubiese gustado que sus padres les llevasen a tal sitio o les comprasen tal regalo, sus hijoslo han de vivir de la misma manera, y no necesariamente ha de ser así.
Educar desde el amor, la firmeza y el respeto, teniendo en cuenta a los hijos como personas y no como posesiones implica un conocimiento, esfuerzo, desarrollo evolutivo, consciencia, atención e inversión de tiempo y energía que, a veces, parece imposible aplicarlo en el día a día.